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- Escrito por Lorenzo Almar
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“Sólo somos felices, verdaderamente felices, cuando es para siempre, pero sólo los niños habitan ese tiempo en el que todas las cosas duran para siempre.”
José Eduardo Agualusa (El vendedor de pasados)
A mis padres, aunque ya no estén.
1. Parque del Oeste
Mis primeros recuerdos de emoción con el mundo vegetal me vienen de muy atrás.
Hasta que tuve cinco años vivíamos en una habitación alquilada en un piso de la calle Princesa, en Madrid. Actualmente es un Corte Inglés. Mi madre me llevaba de paseo al parque del Oeste y hay un momento breve, muy breve, de una de esas tardes, que es el único que tengo en la memoria.
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- Escrito por David Collis
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A Óptimas y Uno, in memoriam
Se abre paso el caminante por un sendero estrecho y apenas transitado que desciende hacia la carretera. Tiene entendido que bajo sus pies perduran aún piedras de lo que fue calzada romana; el pasado se asoma entre las grietas del presente, del mismo modo que avanza la vegetación invasora en algunos tramos del lienzo de muralla que despunta sobre la cabeza del caminante, conforme va dejando atrás el pueblo. En el descenso, atraviesa un bosque de pinos y acebuches; es un camino sinuoso y sombreado, salpicado de vinagreras, lentiscos, palmitos…está próxima la primavera y en algunos tramos se va extendiendo el amarillo del jerguen, como poderosos rayos de sol que penetraran en la espesura del bosque.
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- Escrito por David Collis
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Le gusta al caminante que le cuenten historias donde intervienen las aves, historias que salen de las bocas de gentes que en alguna ocasión estuvieron más pendientes de los caminos trazados en el cielo que de las miserias con las que manchamos la tierra los humanos.
Quedó una mañana con Manuel, un señor de campo con quien había coincidido algunas veces en la puerta del colegio adonde acudía a recoger a su nieto. En aras de la buena urbanidad intercambiaban palabras sobre el pueblo, la educación, el tiempo…La simpatía era recíproca y conforme aumentaba la confianza el caminante fue compartiendo con él su afición por las aves; no había día que no terminaran hablando de palomas, tórtolas, gorriones, golondrinas o cernícalos…Así fue como una tarde quedaron emplazados en la cafetería de un hotel rural situado a las afueras del pueblo para hablar de las carracas. Le quiero enseñar una cosa, creo que le va a gustar, le comentó Manuel.
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- Escrito por David Collis
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El común de las personas no somos imprescindibles, pero la pertenencia a un grupo nos fortalece, se dijo el caminante la mañana en que regresaba de una loma que se asoma al mar del Estrecho y venía a ser lugar de encuentro, a comienzos del otoño, de aquellos interesados en observar el salto de las espátulas hacia la costa africana. Había pasado unas horas muy agradables conversando con un grupito de aficionados a la ornitología, con quienes pudo compartir la emoción de contemplar el paso de un bando de espátulas hacia el Sur por un pasillo migratorio que las llevaría, en la última etapa de su viaje, a su zona de invernada. Las espátulas pierden casi la mitad de su peso en grasa durante la migración, le comentó una chica que estaba a su lado observando con los prismáticos el paso del bando de espátulas por la línea de costa, con un batido pausado, regular y potente de sus alas. Han estado unas semanas en los humedales de la zona, alimentándose y preparándose para el extraordinario esfuerzo que aún les queda por hacer, continuó.
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- Escrito por David Collis Luque
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Durante el verano suele dirigirse el caminante, a la caída de la tarde, hacia los campos de arroz para volcar su mirada en el verde intenso de la plantación, ahora que el tallo debe de estar alcanzando el metro de altura y las hojas, largas y puntiagudas, lucen un verde esmeralda luminoso. Ocasiones hay en que el caminante observa, entre las plantas, cabezas de cigüeñas. Sus picos rojos se van desplazando de un lugar a otro como agujas de brújulas desorientadas. Son tardes en que el caminante fotografía la luz y el color mientras su espíritu se entrega al silencio. Media el verano y es sabedor de que no lejos de allí, en las poblaciones costeras, todo es bullicio.
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- Escrito por David Collis
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Los pasos del estornino se introdujeron abruptamente en el sueño del caminante cuando despuntaba la mañana; procedían del cuarto de baño, adonde se dirigió aún somnoliento y temeroso de que fueran ratones. Permaneció quieto, bajo el umbral de la puerta, contemplando el techo de escayola y siguiendo con la mirada el ir y venir de lo que, sin lugar a dudas, debía de ser el agitado corretear de un animal asustado. Advirtió que faltaba una lámpara en uno de los focos empotrados en el techo; se colocó debajo y justo en ese momento asomó la carita un estornino negro, con un pico puntiagudo y amarillento. Debe de haber entrado por el shunt de ventilación, pensó el caminante con cierto alivio antes de volver a la cama. Cuando despertó un par de horas más tarde los ruidos habían cesado y el caminante no tenía claro si lo que recordaba formaba parte de la tupida madeja de los sueños o no, pero el interés por los estorninos se quedó con él para siempre, durante la vigilia y durante el sueño.
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