Las convenciones sociales han ejercido una inconmensurable e innegable presión en los individuos desde los inicios de la historia, coartando la independencia y deseos de aquellos quienes las sufrían.
No obstante, dicha presión ha sido mucho mayor en mujeres que en hombres tal y como se puede observar en múltiples obras literarias tales como La casa de Bernarda Alba u Orgullo y Prejuicio, en las que las protagonistas femeninas carecen de libertad y son censuradas por sus allegados por no seguir las absurdas y ridículas “normas sociales” impuestas en la época.
Y es que los escritos de esta índole, en general, reflejan una realidad opresora, tirana y superficial, causante de una continua presión sobre los individuos quienes se hallaban inmersos en una eterna y persistente preocupación por la imagen social, por el qué dirán y por la reputación, entre otros. Así, en épocas pasadas, las mujeres, simplemente por nacer mujer, debían aceptar el matrimonio y ejercer de madre y esposas sin la posibilidad siquiera de perseguir sus sueños y, aunque es cierto que aquella situación es, en cierta medida, incomparable con la actual, pues se han realizado varios avances, también es real el hecho de que aún, en pleno siglo XXI, son muchas las personas que ven subestimadas sus habilidades.
En definitiva, es indiscutible la necesidad de impulsar cambios que deben, buenamente, surgir de cada cual para lograr que las personas sean protagonistas y no actores secundarios en sus propias vidas, manejados y movidos única y exclusivamente por el deseo de “quedar bien”. No obstante, este acto conlleva, irrefutablemente, la ruptura de los prejuicios y otros diversos aspectos de la sociedad que la pudren hasta perder la humanidad.
María Yûka Morillo Suda, 2º Bachillerato AB.