Después de varias semanas sin escribir nada, pese a todas las dificultades y proyectos que he estado haciendo, he vuelto con un artículo enorme para compensar (aplausos de fondo). Primero que nada, voy a introduciros a esta nueva sección de la revista. En ella, Mario y yo (y a lo mejor algún otro) haremos cada tanto, probablemente de forma semanal, un artículo por turnos de historia de la filosofía, hablando sobre diferentes filósofos. La idea es hacerlo de forma que cualquiera pueda entenderlo y con algunas trazas de humor. Empezamos con Diógenes de Sínope, uno de los filósofos cínicos más influyentes. Y a decir verdad el adjetivo cínico se le queda corto.
Cuando hablamos de cinismo o de una persona cínica nos referimos a una actitud de no darle real importancia a nada, o a casi nada. Viene de una escuela filosófica que fundó Antístenes cuyo principal rasgo era este, que no daba importancia a las cosas, especialmente a lo material. Hoy en día el cinismo no se ve de la misma forma que en esa época. Hoy cínico es un alumno que no le da importancia a sus estudios, y antes cínico era un viejo semidesnudo viviendo en un barril.
La palabra cínico viene del adjetivo griego kynikos, que vendría a significar “perruno”. Se refiere a la conducta que tenían estos filósofos, despreciando todo lo material y convirtiendo la pobreza extrema en una virtud. Cabe destacar que, aunque a muchas personas de Atenas Diógenes les desagradaba, lo consideraban un sabio. Había algunos que hasta lo envidiaban, como Alejandro Magno. No estoy bromeando, uno de los mayores emperadores de la historia alababa la sabiduría de Diógenes. Una anécdota de Diógenes (no nos ha legado ningún escrito, así que solo tenemos anécdotas y poco más), dice que una vez estaba tomando el sol en las afueras de un gimnasio y Alejandro Magno llegó con su escolta para hablar con él. La conversación fue más o menos así: el rey llego y le dijo a Diógenes “soy Alejandro el Grande”, a lo que él respondió “y yo Diógenes el Perro”. Obviamente toda la multitud se sorprendió de que alguien le hablara así al rey. Alejandro le dijo que había oído hablar mucho de su sabiduría, y que le concedería lo que quisiera, y la petición de Diógenes fue que se apartara, porque le estaba tapando el sol. El emperador se quedó atónito con la respuesta del cínico, y le preguntó “¿no me tenéis miedo?”. Diógenes le dijo “¿usted cree que es un hombre malo o un hombre bueno?”, a lo que Alejandro respondió que era un hombre bueno. Diógenes respondió irónicamente diciendo “si es usted un hombre bueno, ¿por qué debería temerle?”. Toda la multitud empezó a murmurar. El emperador les dijo que se callaran, y que, si él no fuera Alejandro, le gustaría ser Diógenes.
Diógenes nació en la colonia griega de Sínope. Su padre era banquero y ambos fabricaban monedas falsas, por lo que fueron desterrados. Es posible que esto marcara el carácter de Diógenes, que de hecho se enorgullecía de haber sido cómplice de su padre. Cuando llegó a Atenas se unió a la escuela de Antístenes, al que pronto superó con creces. Diógenes vivía dentro de una tinaja en las calles de Atenas. Sus únicas posesiones eran un manto, un bastón y un zurrón en el que guardaba una escudilla y un cuenco para comer y beber, respectivamente. Pero seguía sin estar contento y se puso a pensar que tenía demasiadas posesiones. Entonces vio a un niño comer lentejas directamente en un pan y beber agua que recogía con las manos, y tiró la escudilla y el cuenco. Una anécdota dice que una vez se encontró un candil dentro de su tinaja, pero no lo necesitaba. Entonces se puso a pensar qué podía hacer con el candil. Al día siguiente apareció en pleno día por la calle diciendo “busco a un hombre, busco a un hombre honrado que ni siquiera con el candil encendido puedo encontrarlo” y se puso a apartar a la gente que estaba en su camino diciendo que solo encontraba escombros, que no podía encontrar un solo hombre honesto en la faz de la Tierra.
Además de todo esto Diógenes rivalizaba mucho con otros filósofos. Un día escuchó a un discípulo de Zenón cuestionar el movimiento, y le respondió levantándose y caminando. Otra vez frente a él dos atenienses estaban debatiendo sobre astronomía y le dijo a uno “¿y tú cuándo llegaste de las estrellas?” Tenía una especial rivalidad tácita con Platón. Cuando Diógenes escuchó la definición de Sócrates del hombre como un “bípedo implume”, apareció en medio de la academia y soltó a un gallo al que le había arrancado las plumas diciendo “¡Te he traído a un hombre!”, partiéndose de risa mientras se iba, y Platón le gritó que el hombre era un “bípedo implume con uñas anchas”. Obviamente Diógenes se molestó por el hecho de que Platón supiera responder (no le gustaba perder una discusión).
Creo que con esto os hacéis una idea de la filosofía de Diógenes. El próximo número lo hará Mario. Probablemente el próximo que haga será sobre Camus o Platón. Hasta el próximo artículo.