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En nuestra revista publicamos con gusto aportaciones de antiguos alumnos y alumnas que, como golondrinas, regresan a nuestros balcones; tal es el caso de Ana, que nos ha enviado este hermoso poema narrativo.

Muchas gracias, Ana, por tu generosidad.

Imagen: Noche de luna, Emil Nolde (1914)

 

 

 

Éramos como sol y luna,

tú, mi cálida primavera con tus destellos de luz, 

yo, tu despertar en esas agridulces noches de verano.

En octubre todo se despejó y alineadas las estrellas mi alegría se marchitó.  

Y es justo después, cuando llegó el frío

haciendo las noches más duras y largas 

y tú seguías en esa primavera eterna,

que te impedía ver la luna si ella anhelaba tu recuerdo.

 

Las estaciones nunca fueron igual sin ti,  

por egoísta perdiste la razón y el eclipse se rompió. 

Ahora, rodeada de estrellas, la luna nueva desea volver a llenarse y ver la naturaleza brotar de nuevo.

 

Y así fue: aquellas estrellas le devolvieron su luz, 

continuó su rumbo, aunque estuviese nublado, 

consiguiendo alejarse de aquellas radiaciones solares 

para así volver a ver la primavera, 

pero esta vez rodeada por una nueva constelación.

 

No duró mucho, ya que la luna se hallaba perdida en esa extensa niebla, sin rumbo, sin luz, añorando la claridad.

Las estrellas ya no brillaban tanto. 

Sobre todo, aquella estrella que tan brillante parecía.

Esa estrella que lentamente se apagó quedando tan solo en su recuerdo un atisbo de esperanza.

 

Pero fue esa anhelada luz la que encontró en su interior, sin saber cómo alcanzarla.

Y cuanto más intentaba encontrarla más oscuro se volvía su mundo,

no permitiéndole ver aquellas estrellas fugaces que pasaban a lo lejos

era extraño lo que sentía, pues era apatía.

 

Sufriendo en soledad se encontraba 

llenándose de oscuridad y con una gran niebla a su alrededor,

ella tan solo quería volver a ser aquella que fue en primavera.

Aunque sea con una luz tenue, toda estrella que brilla alrededor tiene razón, pero era tan densa la niebla que no lograba ver más allá de la bruma.

 

La luna era decidida y se negaba a que la niebla la cubriese, y en esa lucha de apariencias luchaba por encontrar una salida, pero siempre sin resultado.

Observo el mundo, desde el exterior, viéndolo todo con deseo, pero sabiendo que sin luz nunca llegaré a aquella idealizada primavera en la que vivía,

 

Y de nuevo, cae la noche, pensativa, y dándose cuenta de que allí a lo lejos estaba ella esperando con ansias que la vieran, llenándola, una vez más de luz.

 

Llegó el calor y el cambio de estación,

la luna poco a poco fue creciendo y salió de su interior una nueva luz especial,

que hizo que se diese cuenta de que esa niebla que no le permitía ver,

no era más que su propia sombra que lentamente la apagaba.

 

Ahora con ese conocimiento la luna la evitaba,

se encuentra en el inicio de la primavera y ya no se siente sola.

Aquellas estrellas que desaparecieron fueron reemplazadas por otras más brillantes, aunque a excepción de dos estrellas que siempre estuvieron a su lado. Y aquella estrella lejana que lentamente se desvaneció, regresó con una luz tan fuerte que deslumbraba a la luna.

 

Esa estrella hizo que la luna brillase más.

Se mostraron sus debilidades y se apoyaron en esos momentos en los que la sombra intentaba quitarles su luz.

La unión de estas parecía ser perfecta, pero la luna se encontraba insegura

ya que no entendía el porqué de esta unión y a donde la llevaría.

 

La luna sin respuesta decidió continuar sabiendo que un ciclo nuevo empezaría y que su tiempo sería limitado.

Pero vio en aquella estrella algo que hacía tiempo no veía, recordándole a aquella primera en la que vivió junto al sol.

 

Nunca antes había sentido algo así, todo era nuevo y diferente,

pero no tenía miedo porque por fin consiguió alcanzar la primavera,

sentía que vivía en una mentira,

 no quería cometer el mismo error que cometió con el sol,

por eso se mostraba tan fría,

le era complicado mostrarse como era,

pero la estrella de manera inconsciente la empujaba a ser ella misma.

 

Le mostró cómo florecían los prados,

cómo tras la lluvia salía el arcoíris,

cómo las mariposas libres volaban,

Ilusionada, disfrutaba la primavera que la estrella le enseñaba,

no quería que se acabara, ella solo pensaba en disfrutar esta nueva primavera que antes no conocía.

 

No pensaba en el futuro, pues solo le entristecería sabiendo que un nuevo ciclo estaba a punto de comenzar.

Con el tiempo, la luna y la estrella se hicieron más que amigas quedando totalmente ciegas por el amor que sentían, haciendo que ambas sintiesen cómo el tiempo al estar juntas se paraba admirando la primavera.

 

No tardaron mucho en darse cuenta de que esa relación era imposible,

puesto que el nuevo ciclo ya se estaba dando, alejándose así de la estrella,

entonces tomaron la dolorosa decisión de abandonar lo que sentían,

pero les era inevitable querer mantener el contacto,

tan solo querían una despedida, pero el ciclo avanzaba a gran velocidad.

 

La luna se sentía dolida, era la primera vez en mucho tiempo que recuperaba su luz,

temía que por este suceso la niebla volviese y se la arrebatara.

Pero no fue así.

Aprendí que la luz que se halla en mi interior no es producto de los demás sino mía, así que tan solo si yo se lo permitiera, la niebla lograría quitármela.

 

Así es cómo la luna se dio cuenta de lo que valía,

ya no era tan pequeña y débil,

ahora su luz era más fuerte que nunca, sintiéndose capaz de entrar en el nuevo ciclo que le abriría más puertas hacia la libertad.

Inquieta, se encantaba por la incertidumbre de lo que la esperaría,

y de una cosa sí que estaba segura:  ella sola debía crear su primavera,

una primavera que sería eterna e inviolable, pues no hay primavera más bella que aquella que está en cada uno de nosotros.

Ana Márquez Martín