El común de las personas no somos imprescindibles, pero la pertenencia a un grupo nos fortalece, se dijo el caminante la mañana en que regresaba de una loma que se asoma al mar del Estrecho y venía a ser lugar de encuentro, a comienzos del otoño, de aquellos interesados en observar el salto de las espátulas hacia la costa africana. Había pasado unas horas muy agradables conversando con un grupito de aficionados a la ornitología, con quienes pudo compartir la emoción de contemplar el paso de un bando de espátulas hacia el Sur por un pasillo migratorio que las llevaría, en la última etapa de su viaje, a su zona de invernada. Las espátulas pierden casi la mitad de su peso en grasa durante la migración, le comentó una chica que estaba a su lado observando con los prismáticos el paso del bando de espátulas por la línea de costa, con un batido pausado, regular y potente de sus alas. Han estado unas semanas en los humedales de la zona, alimentándose y preparándose para el extraordinario esfuerzo que aún les queda por hacer, continuó.
Seguidamente, le ofreció los prismáticos para que el caminante pudiera observar con detalle el tránsito de las espátulas, que en esos momentos volaban en una perfecta y sincronizada formación en línea. Fíjate en los extremos de las alas; algunas tienen las puntas negras, son las más jóvenes. Sus picos son ligeramente rosados, no tan negros como los de los adultos. El caminante asintió con la cabeza sin dejar de observar con los prismáticos el vuelo de las espátulas; una vez más se sentía afortunado de formar parte, de alguna manera, de esa extraña comunidad de personas que pasaba el año atenta al cielo y al devenir de las aves.
El caminante estaba acostumbrado a ver algunas espátulas en la marisma; debían de ser residentes y compartían el hábitat con flamencos y garcetas durante todo el año. Le sorprendía su pico, largo y achatado por los extremos, forma que le daba el nombre común con que era conocida la platalea leucorodia. Ese peculiar pico les permitía rastrear, como si de una pala se tratase, el fango en las aguas someras, agitando la cabeza de un lado a otro para encontrar invertebrados acuáticos, pequeños peces y anfibios. Curioso pico y curioso nombre con el que el caminante se entretenía como si fuera un rompecabezas tridimensional, girándolo para uno y otro lado: ese imaginario cubo le mostraba a veces la voz latina espatha, que acabaría imponiéndose en castellano a la voz culta glaudium; a veces el giro del cubo imaginario le mostraba la voz griega de la que procedía la latina, σπάθη. Y otras, la definitiva espátula, con la incorporación del sufijo diminutivo. Y una vez más el caminante se enredaba, en el trascurso de su regreso a casa, en esas redes lingüísticas que, como las trampas que usaban algunos para atrapar pájaros, lo atrapaban a él en un agotador y vano entretenimiento.
Una mañana de finales de marzo el caminante pasó un rato largo observando el comportamiento de una pareja situada en la orilla; ambas lucían un penacho de plumas colgantes en la nuca y un collar amarillento en el pecho. De vez en cuando se aproximaban y jugueteaban con sus poderosos picos. Aprovechó para hacer algunas fotografías y después se alejó procurando no llamar la atención. Le dio por pensar que tal vez había asistido a alguna suerte de cortejo nupcial; sabía que el período de cría de las espátulas tenía lugar en primavera, así como que ambas, macho y hembra, participaban en la construcción de los nidos, bien en los árboles bien a ras de suelo, y en la incubación y el cuidado de la descendencia. Pensó, como le había ocurrido en otras ocasiones en que había salido a pajarear, que esa escena que tenía ante sus ojos era única e irrepetible, que aunque todos formáramos parte de un grupo, de una especie con la que compartíamos rasgos similares, hábitos previsibles e intereses comunes todos éramos también únicos e irrepetibles; y entonces recordó aquella mañana de meses atrás en que se había sumado a un grupo de personas para observar el paso de las espátulas hacia el Sur. De una manera imprecisa cobraba forma en su interior un pensamiento: seguramente el común de las personas no seamos imprescindibles en esta maquinaria imperfecta que es la existencia, pero nuestras miradas convierten la realidad que observamos en algo excepcional.