La primera vez que escuché aquella voz raspada y desastrosa estaba sentada en un pupitre de aquella biblioteca con un libro en mis manos. Esa voz no hablaba, cantaba una melodía agonizante. Aparté mi libro y en el momento en el que hice un gesto, la melodía paró de sonar. Miré la portada de la novela que tenía entre mis manos, IT, de Stephen King. Seguidamente me pasé por las estanterías. No había nadie. Volví a sumergirme en esas páginas repletas de letras y, al segundo, volví a escuchar las notas que tanto penetraban en mi cerebro. Empecé a abrir y cerrar el libro como haría alguien de cinco años, y, sin embargo, siempre seguía y paraba el horrible cántico. Supe que no terminaría. Tardé poco en ir a devolver el libro, pero cuando lo hice, solo vi a la bibliotecaria sin rostro alguno, cantaba la misma melodía, sus notas rítmicas y desafinadas, todo ello en el mismo hilo de voz.
De repente, de reojo, me pude ver en el espejo grande que colgaba de aquellas blancas paredes. Yo aparecía con un vestido de boda manchado de una mezcla de barro y sangre, sin ni siquiera darme cuenta, mis labios comenzaron a separarse y a cerrarse de nuevo, pronunciando la misma melodía aterradora que conocía. Intenté escapar, pero mi cuerpo no respondía a las direcciones que mi cerebro le lanzaba. Caí al suelo, pero al instante volví a levantarme, era el tiempo de ir a aterrorizar a más niños y niñas inocentes que solo intentaban leer en paz.
Tenía que crear una cadena interminable de agonía.
NOPHAR KAMIN KVINT, 2º ESO D