Érase hace un tiempo, yo, viejo alto y con una gran joroba. Tenía el pelo grasiento y largo bajo mi gorro de ala ancha, gafas oscuras que ocultaban mis ojos, abrigo largo y sucio. Pocos me conocieron y casi nadie tuvo mi confianza. Yo era hombre de pocas palabras, borracho, serio y un asesino cazarrecompensas.
El Bronx un barrio marginado. Yo vivía en el piso medio de un edificio a punto de derrumbarse. Mi apartamento por dentro era frío, sucio y con manchas de moho por las paredes. Olía a cigarrillo, pólvora y otros hedores indescriptibles. Tenía pocas ventanas y como habían cortado el agua y la luz era un lugar invivible para una persona normal.
Una mañana, domingo 12 de febrero, las calles vacías, el frío intenso y seco, había una sensación de tensión en el aire. No hubo nada que impidiese el ruido del disparo, las personas se escandalizaron, pero yo me fui rápido a cobrar el dinero. El muerto era Yashiga Kunagui uno de los jefes importantes del yacusa, el cartel de drogas japonés en Nueva York.
Al día siguiente fui al bar a pedir una copa en la misma plaza donde ocurrió el asesinato. El tabernero se me acercó y dijo:
- "¿De dónde viene?", con voz preocupada.
- "De mi apartamento, por qué".
- "Curiosidad".
Le pedí mi copa, me la bebí rápidamente y me fui.