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Durante el verano suele dirigirse el caminante, a la caída de la tarde, hacia los campos de arroz para volcar su mirada en el verde intenso de la plantación, ahora que el tallo debe de estar alcanzando el metro de altura y las hojas, largas y puntiagudas, lucen un verde esmeralda luminoso. Ocasiones hay en que el caminante observa, entre las plantas,  cabezas de cigüeñas. Sus picos rojos se van desplazando de un lugar a otro como agujas de brújulas desorientadas. Son tardes en que el caminante fotografía la luz y el color mientras su espíritu se entrega al silencio. Media el verano y es sabedor de que no lejos de allí, en las poblaciones costeras, todo es bullicio.

En las proximidades de los canales que irrigan la plantación se concentran las garcetas comunes, acompañadas a veces de espátulas y garzas reales. Son aves residentes en la zona, aunque no le son extraños los movimientos migratorios hacia el continente africano. Están acostumbradas a la presencia del ser humano y el caminante se puede entretener en la contemplación de su plumaje blanco y su pico negro, largo y afilado como una daga, del que se ayuda para localizar en el barro gusanos, insectos y batracios. Todo en las garcetas señala a un mundo refinado, aristocrático. Sus largas y estilizadas patas, el intenso amarillo de sus ojos, el gracioso penacho que lucen los ejemplares reproductores, la posición que adquiere durante el vuelo, con el cuello recogido en forma de S y las patas estiradas. Parecen bailarinas en el aire. Cuando finaliza el día abandonan los campos de arroz y se dirigen, en pequeñas formaciones, hacia el oeste. El caminante aprovecha para hacer algunas fotos, le gusta contemplar cómo se proyecta la luz cálida del poniente sobre sus argénteos cuerpos.

Hay en estas aves, en su plumaje, en sus movimientos, en la quietud que adoptan a veces sostenidas por una sola pata, en su mirada, una elegancia que sobrecoge al caminante. Se las conoce como las novias de las aves y en algún lugar leyó que sus plumas son utilizadas para adornar sombreros y tocados. El término elegancia viene del verbo latino elegire y procura el caminante elegir bien el momento del día para contemplarlas, busca en ellas la elegancia que les es natural. Piensa el caminante que el mundo anda un poco sobrado de ruido y vulgaridad y encuentra en las garcetas un refinamiento que es caricia para el alma. Recuerda las palabras que una mañana le dijo un viajero que venía de un país oriental, mientras observaban el vuelo de un grupito de garcetas: la belleza, la elegancia, la felicidad afloran con naturalidad, desde dentro hacia fuera, cuando uno las contempla. Están dentro de nosotros y debemos estar agradecidos a esas aves, continuó mientras las señalaba,  por actuar de pantallas donde proyectarlas.