Si algo ha aprendido el caminante durante sus paseos por marismas, lagunas y campos de cultivo es a valorar el silencio, la mesura y la humildad. Esta última hace que se sienta profundamente agradecido a las aves con las que se va encontrando, por recibir de ellas tanta belleza a cambio tan solo de un poco de atención y respeto. También, en ocasiones, se siente abrumado el caminante…Le escuchó un día a un escritor querido unas palabras que recuerda cuando, frente a un ave que no logra identificar, siente la urgencia de ponerle nombre; cuando nombras una cosa, la ves. Sucede entonces que consulta guías de aves, visita páginas web, hace llamadas telefónicas. Sólo cuando tiene un nombre se queda tranquilo el caminante, solo cuando tiene el nombre del ave, la ve.
Sucedió así una mañana en que salió a fotografiar garzas reales. Resultaba fácil encontrarlas, bien en vuelo, bien en la orilla de la laguna, atentas al paso de cualquier presa que capturar con su potente pico. Principiaba el mes de marzo y las garzas reales se hallaban en plena época nupcial; era entonces cuando al caminante le gustaba fotografiarlas, seducido por la gracia de las dos plumas largas de color oscuro que lucían sus cabezas. Pero aquella mañana de marzo la garza que tenía al alcance de su objetivo le tenía aturdido; en los primeros instantes pensó que podría tratarse de una garza real joven puesto que entre sus plumas blancas se apreciaban otras de tonalidades grises; no obstante, al contrario de lo que sucedía con las garzas reales, en las que predominaba el plumaje gris, en el ave que tenía delante el blanco era el color predominante y el gris aparecía entreverado entre sus plumas blancas; además, carecía del copete oscuro de la cabeza tan característico de las garzas reales así como de las líneas negruzcas que surcan longitudinalmente sus cuellos. No puede ser una garza real, se dijo el caminante. Pero entonces, qué era, si tampoco se trataba de una garceta común…
Tuvieron que pasar varias horas hasta que la llamada de una amiga lo sacó de su ignorancia y calmó su zozobra. Has fotografiado un híbrido entre garceta común y dimorfa. No es muy frecuente verlas. El caminante quedó agradecido y tranquilo; por fin podía nombrar al ave y, de algún modo, verla, valorar, como se dijo antes, el silencio, la mesura, la humildad con que esa mañana de marzo lucía una garceta común híbrida con dimorfa posada sobre el colector del humedal. Antes de irse a dormir aquella noche aún tuvo fuerzas para consultar un trabajo en que se hablaba de la hibris clásica, un término proveniente de la Antigua Grecia que se refiere al exceso de orgullo o arrogancia que lleva a las personas a sobrepasar sus límites desafiando las normas. La imagen de Ícaro cayendo al mar fue la última que ocupó la mente del caminante antes de dormir. Aquella noche soñó con el vuelo de una garceta común híbrida con dimorfa surcando los cielos de la laguna. ¡Qué hermosa humildad la de las aves!